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Sylvia Plath

(1932 - 1963)

TULIPANES


Los tulipanes son demasiado susceptibles, y aquí estamos en invierno.

Mira qué blanco está todo, qué nevado, qué apacible.

Estoy aprendiendo a estar en paz, yaciendo sola, tranquila

Como la luz sobre estas paredes blancas, esta cama, estas manos.

No soy nadie; no tengo nada que ver con ningún tipo de explosión.

He entregado mi nombre y mi ropa de diario a las enfermeras,

Mi historia al anestesista, y mi cuerpo a los cirujanos.


Y aquí estoy, con la cabeza suspendida entre la almohada y el embozo,

Como un ojo entre dos párpados blancos que no quieren cerrarse.

Estúpida pupila, siempre tiene que captarlo todo.

Las enfermeras pasan una y otra vez, sin molestar,

Igual que pasan las gaviotas volando tierra adentro, con sus cofias blancas,

Las manos ocupadas, la una idéntica a la otra,

Por lo que resulta imposible decir cuántas hay.


Mi cuerpo es un guijarro para ellas, que lo cuidan como el agua

Cuida los cantos sobre los que ha de fluir, puliéndolos suavemente.

Ellas me traen el sopor con sus brillantes agujas, me traen el sueño.

Ahora que me he perdido a mí misma, estoy harta de equipajes:

Mi neceser de charol, como un pastillero negro;

Mi marido y mi hija sonriéndome desde la foto de familia.

Sus sonrisas se aferran a mi piel como pequeños anzuelos sonrientes.


He dejado fluir las cosas, yo, carguero de treinta años,

Obstinadamente amarrada a mi nombre y mi dirección.

Aquí me han restregado bien, hasta dejarme limpia de asociaciones afectivas.

Asustada y desnuda en la camilla de plástico verde, almohadillada,

Veía cómo mi juego de té, mis aparadores, mis libros

Se hundían hasta perderse de vista, mientras el agua me iba llegando al cuello.

Ahora soy una monja, nunca he sido tan pura.


No quería flores, tan sólo yacer

Con las palmas de las manos vueltas hacia arriba, completamente vacía.

Ah, y no sabes hasta qué punto resulta liberador:

Sientes una paz tan grande que te aturde, y sin exigir nada

A cambio, salvo una etiqueta con tu nombre, unas cuantas naderías.

Eso es lo que consiguen los muertos, al final; me los imagino

Cerrando su boca sobre ella, como si fuera una hostia consagrada.


Los tulipanes, para empezar, son demasiado rojos, me lastiman.

Incluso a través del papel de regalo podía oírlos respirar

Ligeramente, a través de sus pañales blancos, como un bebé malísimo.

Su rojo intenso le habla a mi herida, se corresponde con ella.

Son de lo más sutiles: parecen flotar, aunque a mí su peso me hunde,

Perturbándome con sus súbitas lenguas y su color,

Una docena de rojas plomadas alrededor de mi cuello.


Nadie me observaba antes, ahora me siento observada.

Los tulipanes se vuelven hacia mí y la ventana que tengo detrás,

En la que la luz, una vez al día, lentamente se va abriendo y cerrando;

Y hasta yo me veo a mí misma plana, ridícula, una sombra de papel recortado

Entre el ojo del sol y los ojos de los tulipanes,

Aunque ya no tengo cara, pues quise borrarme del todo.

Los vividos tulipanes devoran mi oxígeno.


Antes de su llegada, el aire era bastante calmo,

Iba y venía, bocanada a bocanada, sin la menor agitación.

Pero luego los tulipanes lo saturaron de su estruendo,

Y ahora el aire se traba y se arremolina alrededor de ellos,

Igual que lo hace un río alrededor de una máquina hundida, rojo óxido.

Los tulipanes captan toda mi atención, que antes se regocijaba

Jugando y descansando, sin obligarse a nada.


También las paredes parecen avivarse. Habría que encerrar

A los tulipanes tras unos barrotes, como animales peligrosos;

Ya están empezando a abrirse, como la boca de un gran felino africano.

Y lo mismo hace mi corazón: noto cómo abre y cierra,

De puro amor por mí, su cuenco de rojas floraciones.

El agua que bebo está caliente y salada, como el mar,

Y proviene de un país lejano como la salud.


 

ADIVÍNAME: NUEVE SÍLABAS


Adivíname: nueve sílabas

tengo, elefante, casa grande,

melón con solo dos tentáculos.

¡Oh fruta, marfil, leño fino!

Dinero nuevo en este bolso.

Soy medio, escena, vaca grávida.

Comí muchas manzanas verdes.

Del tren en que voy nadie baja.


 

AMAPOLAS EN JULIO


Pequeñas amapolas, llamitas infernales,

¿es que daño no hacéis?


Se apagan y reviven. No puedo tocarlas.

En su fuego pongo las manos. Nada se incendia.


Contemplarlas me consume

Llameando así, su rojo ajado y brillante como piel

de alguna boca.


¡Una boca recién ensangrentada

pequeñas faldas sangrientas!


Hay efluvios que no puedo asir.

¿Dónde están tus opios, tus asquerosas cápsulas?


¡Si pudiera desangrarme y dormir! —

¡Si pudiera mi boca unir a una herida así!


Oh, vuestros líquidos rezuman en mí, cápsula de vidrio

Apagándose y aquietándose.


Mas, sin color, sin color. Descoloridamente.






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