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Roberto Bolaño

(1953 - 2003)

ENSÉÑAME A BAILAR


a mover mis manos entre el algodón de las nubes

a estirar mis piernas atrapadas por tus piernas

a conducir una moto por la arena

a pedalear en una bicicleta bajo alamedas de imaginación

a quedarme quieta como estatua de bronce

a quedarme inmóvil fumando Delicados en ntra. esquina

los reflectores azules del salón van a mostrar mi rostro

goteado de rimmel y arañazos, ustedes van a ver una

constelación de lágrimas en mis mejillas, voy a salir corriendo

enséñame a pegar mi cuerpo a tus heridas

enséñame a sostener tu corazón un ratito en mi mano

a abrir mis piernas como se abren las flores para el

viento para sí mismas, para el rocío de la tarde

enséñame a bailar, esta noche quiero seguirte el

compás

abrirte las puertas de la azotea

llorar en tu soledad mientras desde tan arriba miramos

automóviles, camiones, autopistas llenas de policías y

máquinas ardiendo

enséñame a abrir las piernas y métemelo

contén mi histeria dentro de tus ojos

acaricia mis cabellos y mi miedo con tus labios

que tanta maldición han pronunciado, tanta sombra sostenida

enséñame a dormir, esto es el fin.


 

TE REGALARÉ UN ABISMO


Te regalaré un abismo (dijo ella)

pero de tan sutil manera que solo lo percibirás

cuando hayan pasado muchos años

y estés lejos de México y de mí.

Cuando más lo necesites lo descubrirás

y ese no será

el final feliz

pero si un instante de vacío y de felicidad

y tal vez entonces te acuerdes de mí

aunque no mucho.


 

LA GRIEGA


Vimos a una mujer morena construir el acantilado.

No más de un segundo, como alanceada por el sol. Como

los párpados heridos del dios, el niño premeditado

de nuestra playa infinita. La griega, la griega,

repetían las putas del Mediterráneo, la brisa

magistral: la que se autodirige, como una falange

de estatuas de mármol, veteadas de sangre y voluntad,

como un plan diabólico y risueño sostenido por el cielo

y por tus ojos. Renegada de las ciudades y de la República,

cuando crea que todo está perdido a tus ojos me fiaré.

Cuando la derrota compasiva nos convenza de lo inútil

que es seguir luchando, a tus ojos me fiaré.


 

AUTORRETRATO A LOS VEINTE AÑOS


Me dejé ir, lo tomé en marcha y no supe nunca

hacia dónde hubiera podido llevarme. Iba lleno de miedo,

se me aflojó el estómago y me zumbaba la cabeza:

yo creo que era el aire frío de los muertos.

No sé. Me dejé ir, pensé que era una pena

acabar tan pronto, pero por otra parte

escuché aquella llamada misteriosa y convincente.

O la escuchas o no la escuchas, y yo la escuché

y casi me eché a llorar: un sonido terrible,

nacido en el aire y en el mar.

Un escudo y una espada. Entonces,

pese al miedo, me dejé ir, puse mi mejilla

junto a la mejilla de la muerte.

Y me fue imposible cerrar los ojos y no ver

aquel espectáculo extraño, lento y extraño,

aunque empotrado en una realidad velocísima:

miles de muchachos como yo, lampiños

o barbudos, pero latinoamericanos todos,

juntando sus mejillas con la muerte.




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