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Anne Sexton

(1928 - 1974)

EN ALABANZA A MI ÚTERO


En mi interior todos son un pájaro.

Estoy batiendo todas mis alas.

Querían cortarte

pero no lo harán.

Decían que estabas desmesuradamente hueco

pero no lo estás.

Decían que te encontrabas mortalmente enfermo

y se equivocaron.

Como colegiala cantas.

No estás roto.


Dulce peso,

en la alabanza de la mujer que soy

y del alma de la mujer que soy

y de la creatura central y de su goce

te canto. Me atrevo a vivir.

Hola, espíritu. Hola, copa.

Detente, cúbrete. Cubierta que contiene.

Hola, tierra de los campos.

Bienvenidas sean, raíces.


Cada célula vive.

Hay suficientes para colmar a la nación entera.

Basta con que el populacho se apropie de estos bienes.

Cualquier persona, cualquier congregación diría de él:

“Sería bueno que plantáramos otra vez este año

y pensáramos de antemano en la cosecha.

Un percance se había pronosticado y se ha conjurado.”

Muchas mujeres juntas cantan a esto:

una está en la fábrica de zapatos maldiciendo la máquina,

una está en el acuario cuidando una foca,

una está, indolente, tras el volante de un Ford,

una está recibiendo el dinero en la caseta de cobro,

una está amarrando el ombligo a un becerro en Arizona,

una está a horcajadas sobre un cello en Rusia,

una está cambiando las ollas sobre la estufa en Egipto,

una está pintando color de luna las paredes de su recámara,

una está muriendo pero recuerda un desayuno,

una se tiende sobre su estera en Tailandia.

una le limpia el culo a su hijo,

una mira por la ventana del tren

en el centro de Wyoming y una está

en cualquier parte y algunas están en todas partes y todas

parecen estar cantando, aunque algunas no puedan

dar la nota.


Dulce peso,

en la alabanza de la mujer que soy

déjenme usar una mascada larguísima,

déjenme redoblar por las muchachas de diecinueve años,

déjenme llevar los cuencos de la ofrenda

(de ser ese mi papel).

Déjenme estudiar los tejidos cardiovasculares,

déjenme examinar la distancia angular que media entre

    meteoros,

déjenme chupar los tallos de las flores

(de ser ese mi papel).

Déjenme hacer ciertas figuras tribales

(de ser ese mi papel).

Pues esto es lo que el cuerpo necesita

déjenme cantar

por la cena,

por los besos,

por el adecuado

sí.


 

QUERER MORIRSE


Ya que preguntan, la mayor parte de los días no me acuerdo.

Camino vestida, sin marcas de ese viaje.

Después, casi innombrable, vuelve la lujuria.


Incluso en ese instante, no tengo nada en contra de la vida.

Conozco bien las hojas que mencionan,

los muebles que sacaron al sol.


Pero los suicidas tienen un idioma propio.

Como los carpinteros, quieren saber con qué herramientas.

Nunca preguntan por qué construir.


Dos veces me pronuncié tan claramente,

poseí al enemigo, me comí al enemigo

le arrebaté su oficio, su magia.


Así, grave y pensativa,

más tibia que el agua o el aceite,

descansé, babeando por el agujero de la boca.


No pensaba en mi cuerpo ante la punta de la aguja.

Ni siquiera había córnea o restos de orina.

Los suicidas ya traicionaron al cuerpo.


Nacieron muertos, y aunque no siempre se mueran,

quedan deslumbrados, no pueden olvidar una droga tan dulce

que hasta un chico podría mirarla y sonreír.


¡Meterse toda esa vida debajo de la lengua!—

eso, en sí mismo, se vuelve una pasión.

Dirán que la muerte es un hueso triste y golpeado,


con todo, año tras año me espera,

para deshacer con delicadeza una vieja herida,

para soltar mi aliento de su prisión insana.


Colgando ahí, a veces los suicidas se encuentran,

furiosos ante el fruto, una luna inflada,

y dejan el pan que confundieron con un beso,


dejan la página del libro abierta al descuido,

algo sin decir, el teléfono sin colgar

y el amor, fuera lo que fuese, una infección.


 

UNA VEZ Y OTRA Y OTRA


Dijiste que la rabia volvería

como regresó el amor.


Tengo una mirada oscura que no me gusta.

Es una máscara que me pruebo.

Emigro a ella y su rana

se sienta en mi boca y defeca.

Es vieja. También pordiosera.

He tratado de mantenerla a dieta.

No le doy unción alguna.


Hay una buena cara que me pongo

como coágulo. La cosí

sobre mi pecho izquierdo.

Hice de ella mi vocación.


Allí enraizó el deseo.

Te he puesto a ti y a tu

hijo en su punta láctea.


Ay, la oscuridad es asesina

y la punta de leche rebosante

y cada máquina trabaja

y te besaré cuando

corte a una docena de hombres diferentes

y morirás de algún modo,

una vez y otra.


 

CUANDO UN HOMBRE ENTRA EN UNA MUJER


Cuando un hombre entra

en una mujer,

como el oleaje que muerde la orilla,

una y otra vez,

y la mujer abre la boca de placer

y sus dientes brillan

como el alfabeto,

Logos aparece ordeñando una estrella,

y el hombre

dentro de la mujer

hace un nudo,

para que nunca más estén separados

y la mujer

sube a una flor

y Logos aparece

y desata los ríos.

Este hombre,

esta mujer

con su doble hambre,

han procurado penetrar

la cortina de Dios,

lo cual brevemente

han logrado

aunque Dios

en su perversidad

deshace el nudo.




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