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  • revistaelcoloso

Walt Whitman: Escribir desde el yo

Actualizado: 17 jun


 

Mi primera aproximación a la obra de Whitman fue a través de una frase del poema “Canto a mí mismo”, la cual, y al igual que un beso o un hechizo, me dejó embobado: «Nunca ha habido otro comienzo que este, ni más juventud que esta, ni más vejez que esta, y nunca habrá más perfección que esta, ni más cielo, ni más infierno que este». Este poema se convirtió, paulatinamente, en música para mis oídos, y es que, cada cierto tiempo, vuelvo a tararear algunos de los versos que de allí emergen. Es, quizás, como uno de esos sueños –o pesadillas- que uno espera que se repitan una y otra vez hasta el hastío.


Canto a mí mismo se publicó por primera vez en 1855, y formó parte del poemario Hojas de hierba; libro que, a la larga, se alzaría como la obra más conocida e importante del autor, y, sin duda alguna, en uno de los pilares de la poesía estadounidense; pues, no sólo marcó un antes y un después en su propia vida, sino que influyó en un sinnúmero de autores/as que vinieron después: T.S Eliot, Ezra Pound, Pablo Neruda, Allen Ginsberg, entre otros. Vale la pena mencionar que Whitman continuó revisando, editando y puliendo este libro hasta el día de su muerte.


Tanto en Canto a mí mismo, como a lo largo de su obra, Whitman hace uso del verso libre, la prosa poética y una voz narrativa en primera persona. Y es esto mismo lo que, en ocasiones, provoca la sensación de estar leyendo un largo monólogo interior en el que abundan las imágenes –a modo de símbolos- de bosques, animales, paisajes y cuerpos, que parecen bailar alrededor de un mundo tan íntimo como universal. O como dice otra de las maravillosas secciones del poema: «¿Has consagrado tanto tiempo a aprender a leer? ¿Tan orgulloso te has sentido al desentrañar el significado de mis poemas? Quedaos un día y una noche conmigo y os mostraré el origen de todos los poemas; poseeréis entonces todo lo bueno que existe en la tierra y en el sol (existen otros millones de soles más allá), y ya nada tomaréis de segunda o de tercera mano, ni miraréis más por los ojos de los muertos, ni os nutriréis con el espectro de los libros. Tampoco quiero que contempléis el mundo con mis ojos ni que toméis las cosas de mis manos: aprenderéis a escuchar todas las voces y dejaréis que la esencia del Universo se filtre por vuestro ser».


Trascendencia. Sí, creo que esa es la palabra que se me viene a la mente cada vez que recuerdo el viejo rostro del Poeta de la democracia, y es que, después de todo, y dada nuestra facultad –o maldición- de ser organismos mortales, lo único que perdura es la memoria, aunque esta, en su ingrata labor, se termine por convertir en polvo.


Por Javier Ignacio Lux


Canto a mí mismo
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