El cuento «Hijos del mar» de Edwidge Danticat presenta dos narradores homodiegéticos organizados mediante la narración intercalada, lo que contribuye a la constitución de las formas fragmentarias del cuento latinoamericano de fines del siglo XX y comienzos del XXI. Estas herramientas estructurales construyen, mediante las potencialidades de la ficción, una imagen que denuncia la violencia política que experimentó Haití en el siglo XX. Para que esta imagen fragmentaria se concrete, los dos narradores exponen experiencias diversas de padecimiento de la violencia: la de los que se quedan y la de los que se van del país.
Hijos del mar es un cuento escrito por Edwidge Danticat, autora haitiana-estadounidense que, además de ser cuentista, es también novelista. Danticat se reconoce como africana por sus raíces étnicas, además de su identidad haitiana y estadounidense. En una conferencia del Centro Cultural del BID, la autora explica: «Me considero africana para reconocer nuestras raíces, a menudo muy presentes en nuestra vida cotidiana en Haití; haitiana, porque, obviamente, la mayoría de nosotros vivimos en Haití; y americana, porque somos de las Américas, vivimos en la otra América».
Edwidge Danticat nació en Puerto Príncipe en 1969. Cuando tenía solo dos años, su padre emigró a Estados Unidos en busca de trabajo. En 1973, su madre también partió hacia ese país, dejando a Danticat y a su hermano al cuidado de sus tíos. En 1981, a la edad de doce años, Danticat emigró a Brooklyn, Nueva York, huyendo de la represión y la pobreza que asfixiaba a Haití bajo el régimen del dictador Jean-Claude Duvalier. Este sería derrocado en 1986, tras cuarenta años de una dictadura familiar que dejó al país sumido en una profunda inestabilidad política, económica y migratoria que persiste hasta hoy.
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Ese es el contexto del cuento de Danticat: dos personajes atrapados en una realidad asfixiante que intentan sobrevivir y escapar de la represión y la violencia de su país. Lo hacen a través de la literatura y el amor que comparten, vínculo que se entrelaza en las voces de ambos narradores.
El cuento presenta una narración intercalada entre dos personajes: un joven que huye de Haití por mar acompañado de su diario, y una joven que permanece en tierra junto a su padre, quien desaprueba su relación. Ambos experimentan formas distintas de violencia: él, en el barco; ella, bajo el control de su padre. En este contexto, la literatura —específicamente la escritura epistolar— se convierte en un refugio, una forma de darle sentido al desasosiego que atraviesan. Para el joven narrador, escribir es mucho más que redactar cartas: es un testamento. Él sabe que, probablemente, ella nunca podrá leerlas, pero aun así escribe, porque de esa manera puede imaginarla a su lado, cerca. Escribir le permite conversar con ella, sentirla más próxima mientras el mar los separa. En contraste, ella percibe con claridad la distancia: «Desde este lugar, bajo el árbol, veo montañas, y, detrás de ellas, más montañas. Infinidad de montañas peladas. Es como si todas estas montañas me estuvieran alejando cada vez más de ti».
El cruce entre ambas narraciones funciona como una carta de amor; pero, también, como una carta de despedida. No un «hasta luego», sino un definitivo «hasta nunca».
Ellos escriben a sabiendas de que, posiblemente, sus cartas nunca llegarán a manos del otro. Sin embargo, continúan haciéndolo, pese a lo absurdo que pueda parecer.
Las cartas de él, finalmente, son lanzadas al mar, sacrificadas al olvido, sin memoria, como tantas vidas haitianas, como el propio Haití: un país continuamente olvidado y violentado. A través de este acto, las cartas se convierten en un símbolo del desamparo y la resistencia, reflejando la historia de un pueblo que lucha por no desaparecer, incluso cuando el mundo parece mirar hacia otro lado.
Fue Bolaño quien escribió que «de la violencia, de la verdadera violencia, no se puede escapar, al menos nosotros, los nacidos en Latinoamérica». Los personajes de Danticat son parecidos a los de Bolaño. Ambos están escapando de una violencia que los persigue. Ambos tienen personajes exiliados o autoexiliados por luchas ideológicas. Ambos están bajo un contexto de represión política y policial. Ambos son escritores americanos. Sin embargo, lo que la diferencia es que Danticat se atreve con voces femeninas y feministas que han sido vulneradas, puntualmente por el padre.
A pesar de las terribles imágenes de violencia que atraviesa, el narrador parece no perder la ternura, aunque sí haya perdido la esperanza de vivir. A menudo se toma el tiempo para contemplar el cielo y el mar, reflexionar y recordar a la joven a la que ama. Incluso en medio de su sufrimiento y de estar en un barco que se va destrozando, escribe en su diario palabras poéticas, un intento de aferrarse a algo más allá de la violencia que lo rodea. Él escribe:
Por la noche, el cielo y el mar se unen. Las estrellas parecen
inmensas y cercanas. Se reflejan y brillan en el mar. A veces creo
que puedo alargar la mano y coger una del cielo, como si fuera un
fruto del árbol del pan o una calabaza o cualquier cosa que nos
pudiera servir en este viaje.
Lo que hace el narrador es encontrar belleza incluso en los lugares más horribles. A pesar del sufrimiento y la violencia que lo rodean, los personajes parecen estar sobreviviendo más que cualquier otra cosa, salvándose por la ternura, que se convierte en un reflejo de su identidad perdida o, mejor dicho, robada. La madre de la joven le dice que «todo lo que uno puede esperar es un poco de amor, tan poco como una gota en un vaso si te conformas con ello, o una catarata, un río, si es eso lo que necesitas». Esta reflexión sobre el amor resalta la paradoja de la existencia de los personajes: en medio de la brutalidad y el dolor, aún se aferran a la posibilidad de amar, aunque este amor se reduzca a la mínima expresión, una gota, o se expanda en su totalidad como un río, según lo que necesiten.
Es realmente increíble que los personajes de Danticat sigan pensando en el amor mientras son testigos de la muerte de sus compatriotas. En un contexto de desesperanza y destrucción, la ternura y el amor se convierten en los únicos refugios a los que pueden aferrarse, como un intento de recuperar algo humano frente a la deshumanización de la violencia.
Hijos del mar es un cuento que juega con las dualidades: la belleza y el horror; la violencia y la ternura; la memoria y el olvido; Haití y Estados Unidos; los que se quedan y los que se van. A través de estas tensiones, Danticat construye una narrativa que refleja las contradicciones de la vida en un país marcado por la represión y la migración. El cuento es, al mismo tiempo, una carta de amor y de despedida, en la que los personajes buscan aferrarse a sus vínculos afectivos mientras enfrentan la separación, ya sea física, emocional o política. Esta carta no solo expresa el amor entre los personajes, sino también la despedida de un país y una vida, de una historia que, a pesar de todo, sigue siendo parte de ellos.
Por Matías Saá Leal
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