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Trópico de cáncer (o) el éxtasis de la vida

revistaelcoloso

 

Hay algo obsceno en ese amor del pasado que acaba en colas de parados esperando recibir comida gratis y en refugios subterráneos.
Henry Miller

La vida. Siempre la vida. Pasan los años, y aún no consigo entender del todo el significado de esta; es difícil, supongo, ver a través de un espejo roto en mil pedazos, y, sin embargo, hay momentos en los que puedo saborear su esencia, su placer y toda su euforia, y entre esos momentos, entre esos pequeños momentos, está la lectura, y todo lo que esta conlleva, desde el llanto hasta la locura, e incluso la paz, que sea lo que sea, llena el alma. Eso fue lo que me sucedió con Trópico de Cáncer de Henry Miller: una oda a la vida.


Publicada por primera vez en 1934, en París, bajo el sello editorial de Obelisk Press (no me centraré en los problemas que tuvo su publicación en Estados Unidos pues creo que no vale la pena hablar acerca de los cerdos moralistas de la época), no tardó en convertirse en una de las obras fundamentales del siglo XX, y que, hasta el día de hoy, sigue inspirando a cientos, miles, millones de aspirantes a escritores/as. La historia se centra en la vida de Miller como artista, amante y ser humano; además, claro está, de estar ambientada en la mítica París de 1930, la ciudad del amor, los vicios y la literatura. La prosa del autor norteamericano es descarnada, libre, directa, sin escrúpulos ni vergüenza; prosa que luego inspiraría a escritores como Jack Kerouac, William Burroughs y Charles Bukowski -este último lo menciona en uno de los mejores cuentos de "Escritos de un viejo indecente". A lo largo de estas páginas, Miller, quien fuera conocido por sus vívidos e intensos romances (destaca el triángulo amoroso que vivió con Anaïs Nin y June Mansfield; el mismo que, con el tiempo, lo llevó a escribir este libro), traza un diario de vida que gira en torno al oficio literario, el sexo, el amor y la rutina -una rutina que va avanzando a paso frenético, y en la que cohabitan pasajes que están escritos a modo de monólogo interior, en los que las páginas parecen volar a la velocidad de un auto en llamas: «Amor y odio, desesperación, piedad, rabia, hastío: ¿qué son entre las fornicaciones de los planetas? ¿Qué es la guerra, la enfermedad, la crueldad, el terror, cuando la noche presenta el éxtasis de las miríadas de soles resplandecientes?».


Y ahora que vuelvo a leer las hojas de esta novela, y que me siento tan solo como un perro que extraña a su amo, regreso a la misma pregunta de todos los días: ¿Vale la pena tomarse tan en serio la vida? Henry Miller lo explica -quizás sin querer- en las primeras páginas de su obra maestra: «Este no es un libro. Es un libelo, una calumnia, una difamación. No es un libro en el sentido ordinario de la palabra. No, es un insulto prolongado, un escupitajo a la cara del Arte, una patada en el culo a Dios, al Hombre, al Destino, al Tiempo, al Amor, a la Belleza... a lo que os parezca. Cantaré para vosotros, desentonando un poco tal vez, pero cantaré. Cantaré mientras la palmáis, bailaré sobre vuestro inmundo cadáver...» Y ahora la pregunta es: ¿Cuál es la diferencia entre el arte y un escupitajo? La intención.








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