Tanto la adolescencia como la adultez temprana son épocas confusas, indómitas, llenas de caos, éxtasis e inseguridad; es un período –hecho de muchos otros- de búsqueda, una búsqueda que nos lleva a preguntarnos quienes somos, hacia dónde vamos o qué carajos queremos de la vida. Perseguir nuestra propia identidad, o, a veces, alejarnos de ella. El punto es el siguiente: la gran mayoría de nosotros (aunque, a decir verdad, no se puede hablar de mayorías cuando se hace desde la experiencia propia) buscamos, a lo largo de nuestra vida, pertenecer a algo (o alguien): un grupo, una comunidad o un movimiento. Meros sinónimos. Es parte de nuestra naturaleza: lo vemos en los animales, en las moléculas, e incluso en la organización planetaria del sistema solar. Sucede también con los movimientos artísticos; en la música, por ejemplo, sobran las referencias: el movimiento punk, la invasión británica, el Britpop o el Grunge. Uno tras otro. Un constante cambio. En la literatura podríamos, quizá, partir citando a los griegos (lo que ahora llamamos Clasicismo), quienes, bajo el éxtasis del intelecto y la sabiduría, se congregaban a leer poesía, hacer teatro y beber del impetuoso vino de las saturnales.
Luego, y como en un ciclo sin fin, surgieron otras corrientes literarias que, hasta el día de hoy, siguen cautivándonos: barroco, romanticismo, simbolismo (a quienes conocemos como “poetas malditos”), surrealismo, la época dorada de la literatura rusa, el realismo mágico y la generación perdida. Pero, en esta ocasión, me centraré en el movimiento que logró captar mi débil e imprecisa atención: La Generación Beat.
1944. El mundo se debate entre la paz y la guerra, Estados Unidos detona la bomba atómica “Easy”, fallece el escritor Antoine de Saint-Exupéry, Francia aprueba el sufragio femenino, el Bebop retumba como una partícula en los lúgubres bares de New York y se publica el aclamado libro “Ficciones” de Jorge Luis Borges. Es, a finales de este mismo año, que Jack Kerouac, Allen Ginsberg, William S. Burroughs y John Clellon Holmes, un grupo de amigos y escritores, se reúnen en el West End Bar de Manhattan. Beben, charlan en voz alta, discuten acerca de poesía y carreteras y escuchan el furioso aullido del saxofón que resuena desde todas las esquinas. También es importante mencionar a Lucien Carr, periodista y editor de United Press International, quien, sin ser novelista ni poeta, fue el encargado de congregar a este grupo de escritores –rebeldes sin causa. Carr compartió cuarto con Allen Ginsberg en la Universidad de Columbia, y conoció a Jack Kerouac por medio de Edie Parker; luego, les presentó a William Burroughs: la trinidad original del movimiento beat. Posteriormente se unirían Neal Cassady (protagonista de la novela En el camino), Herbert Huncke, Carl Solomon (a quien Ginsberg dedicó el poema Aullido), Philip Lamantia, Lawrence Ferlinghetti y Peter Orlovsky.
Los beatniks (término acuñado por el periodista Herb Caen en 1958) no sólo hacían arte a través de la escritura, sino que, además, lo hacían desde el viaje interior, desde la performance: las drogas, el alcohol, la propaganda antibélica, el desenfrenado gusto por el jazz, la meditación y el sexo son ejes fundamentales de la obra de estos escritores. Esto se hace presente en las tres obras fundamentales de este movimiento: Aullido de Allen Ginsberg (1956), En el camino de Jack Kerouac (1957) y El almuerzo desnudo de William S. Burroughs (1959). Otros libros a destacar son: Yonqui, La dama vestal de Brattle, Kaddish y otros poemas, Un Coney Island de la mente, Los Vagabundos del Dharma y Queer.
La generación beat influyó a un sinnúmero de personajes de la cultura pop: Tom Waits, Jim Morrison, Janis Joplin, Anne Waldman, Jim Jarmusch, Patti Smith y Bob Dylan. Este último dijo al respecto: «Ginsberg es al mismo tiempo trágico y dinámico, un genio lírico, un embaucador maravilloso y probablemente la voz poética más extraordinariamente influyente en Estados Unidos desde Walt Whitman». Pero no sólo influyeron en otros artistas, sino que también en la gente, en los marginados, los sucios, los perdedores, en todos aquellos que viven en el mundo del éxtasis, la rebeldía y los sueños, y que, quizá sin quererlo, pusieron la primera piedra de lo que luego conoceríamos como el movimiento hippie.
Me quedo con una hermosa e indefinible frase que aparece en Los vagabundos del Dharma de Kerouac:
¿Qué es un arco iris, Señor?
Un collar
para los humildes.
Por Javier Ignacio Lux
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