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Stella Díaz Varín: Origen de la soledad

revistaelcoloso

 

Cómo es que pretendes poseer mi pensamiento

y mi mirada de estremecida fiera,

cómo es que pretendes poseer mi soledad

a través de la raquítica arquitectura del sonido,

cómo es que pretendes encontrar el origen

de mi violento mandato, más allá

de la séptima agonía de tu pecho.


Soy y seré después de los advenimientos

y de las cicatrices imborrables de tus párpados.

Ay, noche, a ti te digo de mis estertores,

desparrama tu pomo de fragancias.


Aunque de opacos soles venga tu reinado de aguas

y los peces invadan mi velamen,

yo te diré del purificado peregrino

y de la hondura de su lágrima.


Desde la cripta donde habita el ansia

te hablaré de mi noche y de sus astros,

del vasallaje estéril de los dioses,

y de la inútil senectud del alma.


Dices que presentías mi vertiente

cuando aún no venía,

del remoto cataclismo de amapolas,

que era grande la dicha de saberme

y era honda amargura mi llegada,

o te diré, después del primer y último

titilar de la lágrima,

que es inmensa amargura el no tenerme.


No quieras que me encuentre

en el confuso panorama de algas,

ni busques en la cuenca de las olas,

mi escondida palabra,

Yo estaré lejos, lejos, solamente

donde la luz no hiera mi pupila de estanque;

estaré lejos, lejos, lejos, lejos,

mis dedos convertidos en puñales,

hurgando en los cabellos de una virgen

—raíz semi escondida de la llama—

mis propias actitudes.


Amada infiel, mi soledad, ¿me dejas?

Vuelve a la noche. Espera, calla.

Es que quiero adorarte.




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