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Retomando una señal: vida y obra de Vsévolod M. Garshin

revistaelcoloso

 

Caeré y soltaré la bandera; el tren pasará sobre mí.

Vsévolod Mykhailovich Garshin no ha sido tan traducido al español como al inglés, y acaso esto repercute en la falta de escrituras críticas que hay sobre él y su obra en nuestra lengua. En julio de 2024, la búsqueda de su apellido, tanto en el Repositorio Académico de la Universidad de Chile como en la Revista Chilena de Literatura, no arroja resultados. Sin embargo, el autor de La Señal y otros relatos está, de manera perfectamente adecuada, al nivel de las más grandes figuras literarias del siglo XIX ruso. Su obra, que demuestra una maestría en el relato breve del género realista (con una fuerte carga simbólica), puede considerarse merecedora de una renovada atención, y no por nada se le ha llamado “el escritor más infravalorado de Rusia”. A continuación, nos proponemos estudiar una muestra de la bibliografía crítica que demuestre los homenajes que recibió Garshin de otros grandes artistas e influyentes escritores, tanto de su época como posteriores. Al mismo tiempo iremos haciendo un análisis comparado de la obra de otros escritores con su reconocido cuento La Señal, proporcionando reflexiones que consideramos atingentes para destacar las cualidades que distinguen a este autor de sus contemporáneos, junto con señalarlo como el posible precursor de importantes escritores del siglo siguiente.


Retrato por Ilya Repin (1884)

El biógrafo Henry Peter, reputado como el autor del más completo estudio biográfico y crítico sobre Garshin en cualquier lengua, nos lega un excelente esbozo sobre la obra del escritor, su recepción y contenido:


El público y los críticos siempre fueron adeptos a Vsévolod Garshin por su repudio a la guerra (Cuatro Días), su aguda conciencia del mal y de la necesidad de erradicarlo (La Flor Roja), su enarbolamiento de la libertad y la belleza (Attalea Princeps), su gran sensibilidad, sus ataques de locura, y su corta y trágica vida (1855-1888).


Mirsky también señala que nació en Donetsk, que se educó en San Petersburgo, que fue a la guerra contra los turcos y fue herido, y que esta experiencia lo marcó profundamente. Luego sintió el inminente avance de la locura, lo que le llevó a agravar su melancolía y finalmente al suicido. La esencia de su personalidad es un “genio” por la lástima y la compasión. Morson, por su parte, también lo califica de “genio”, pero del sufrimiento. En la mayoría de los casos, esto se traduce en personajes muy reflexivos y empáticos, llenos de una compasión desinteresada que puede llevarlos a su propia destrucción; y al mismo tiempo libres de teorías e ideales vanos. Se logra así una complejidad simple, en muy pocas páginas. Los finales de sus cuentos suelen llegar como un alivio, “como la muerte a un mártir”, pero también con el “regusto amargo de la ironía”. Pocos cuentos de Garshin reflejan mejor este aspecto que La Señal, razón por la cual lo utilizamos como objeto principal de nuestro estudio. Morson lo resume muy bien al señalar que el protagonista de La Señal “detiene a un tren a punto de descarrilarse cortándose el brazo e improvisando una bandera roja con un paño empapado en su propia sangre. Como los lectores reconocieron, toda la obra de Garshin era tal señal”. Así, el sacrificio del protagonista resulta arquetípico de la obra de Garshin, es su principal recurso literario y lo utiliza para demostrarnos los límites de la compasión, y de los ideales enfrentados a la realidad. Este espíritu de sacrificio resultó muy bien recibido por sus compatriotas, y también fue una de las características morales enarboladas por la posterior Unión Soviética, quienes reconocieron la señal de Garshin y conmemoraron su natalicio, cien años después, con una estampilla postal. Sin embargo, antes de enfocarnos en la influencia de este autor en la posteridad, comenzaremos por mencionar las cualidades que lo distinguían en su época.


Estampilla de la Unión Soviética de 1955

En el siglo XIX, Garshin se aleja de la tradición francesa con los protagonistas de sus cuentos, aunque, sin duda, recibió su influencia en relación al realismo formal que hereda y aplica. Esto último lo afirmamos en relación con los planteamientos de Bollenbeck, en cuanto a que el cuento moderno surge en el seno de la literatura realista, retomando una tradición que el autor identifica primero con los ingleses Fielding y Walter Scott, y luego con los franceses Stendhal y Balzac. Por añadidura, tanto en La Señal como en los demás cuentos de Garshin, también tenemos individuos “psicológicamente motivados”, y se reconocen otros aspectos formales del realismo. Los argumentos de sus relatos giran en torno a las motivaciones psicológicas de los personajes, y por ende podemos decir que la obra de Garshin se enmarca en lo que Bollenbeck llama “prosa burguesa”, muy propia de la era moderna y la Ilustración. Pero cuando decimos que se aleja de los franceses, nos referimos a personalidades propias del contenido de la obra de autores contemporáneos a Garshin, como Baudelaire, Flaubert y De Maupassant; autores muy influyentes a nivel internacional.


En La Señal, por ejemplo, la ira de los franceses agitadores, la misma que Walter Benjamin identifica en Baudelaire y que “durante medio siglo ha alimentado en las luchas de las barricadas a los conspiradores profesionales de París” —hombres que se rebelan ante el sistema que los oprime—, es representada por el vecino Vassili. Pero esta es duramente contrastada por la profunda calma y buena voluntad de Simon, el protagonista, quien se distingue de los personajes irónicos y escépticos que abundan en la literatura francesa del siglo XIX y cuyo comportamiento es frecuentemente determinado por el dinero. Se aleja también de los personajes egoístas e irresponsables que no tienen cómo dar rienda suelta a su propia estupidez, muy propios de Flaubert (siendo Bouvard y Pécuchet el ejemplo más notable). Para graficar mejor el contraste, nos limitaremos a un ejemplo de Guy De Maupassant, quien destaca por su narrativa breve al igual que Garshin, además de ser su contemporáneo y porque su obra es resultado de la tradición realista de Stendhal, Balzac y Flaubert (siendo además discípulo de este último).


Adicionalmente porque creemos que tiene una capacidad singular para retratar personalidades enteras en apenas un par de líneas, al igual que Garshin: “Las grandes desdichas no me entristecen —dijo Juan Bridelle, un solterón que pasaba por escéptico—. He visto la guerra muy de cerca, y saltaba sobre los cadáveres sin compadecerme”. Personajes como este Juan Bridelle, que en el ámbito literario ruso pueden estar representados por protagonistas como Pechórin en El Héroe de Nuestro Tiempo de Lérmontov, y el poco respeto que tiene este antihéroe con el prójimo y las convenciones mucho recuerdan al concepto de nihilismo que analiza Marta Gil en Turguéniev (Padres e Hijos), encarnado en el personaje de Basárov, y cuyos preceptores identifica en M. Bakunin y M. Stirner. Tal vez Garshin reconoció una crítica al nihilismo de Basárov, y por ello le dedicó a Turguéniev su reconocida obra La Flor Roja. La nula compasión que lleva a Pechórin a matar en duelo a sus enemigos, despreciar a las mujeres, reventar a su caballo; o la que lleva a Basárov a diseccionar cientos de ranas, es todo lo opuesto a la compasión instantánea, casi innata de Simon; y también contrasta con la experiencia traumática que sufrió en la guerra tanto Garshin como su personaje, así como también otros protagonistas de sus cuentos (Cuatro Días, Reminiscencias del Soldado Ivanoff, etc.).


La guerra es un tópico literario en Garshin, así como también la compasión que puede brotar espontáneamente incluso en los hombres, aparentemente, más crueles y/o fríos. Si bien todos tienen vicios, es difícil encontrar personajes que sean completa y absolutamente insensibles (famoso es el caso de Wenzel en Reminiscencias del Soldado Ivanoff). En La Señal, hasta el vecino Vassili, el rebelde, al final del relato no es capaz de permitir que sus deseos destructivos se salgan con la suya, no es capaz de permitir que la muerte de Simon sea en vano. Se arrepiente, incluso, y se entrega confesando su crimen en un proceso psicológico que recuerda mucho a Raskolnikov de Crimen y Castigo (Dostoyevski), sólo que privándonos de las vastas cavilaciones y remordimientos del protagonista, que además ocupan muchas más páginas. En La Señal, se da un remordimiento que nace espontáneamente de las pasiones.


Garshin, entonces, en su obra se aparta de estos personajes y del materialismo frío de los radicales de la época, dándole el triunfo a los sentimientos y la empatía, tratando también otros temas que después vemos en algunas obras del siglo XX. Garshin no es un conservador, ante el materialismo y el egoísmo no se opone invocando a la religión ni a las costumbres, ni tampoco a las leyes; sus argumentos son meramente compasivos (aunque esto pueda tener un trasfondo religioso que, al menos en La Señal, no se explicita en Vassili). Tal vez por eso se ha señalado que uno de los grandes temas de Garshin es “la decepción que inevitablemente sobreviene cuando ideales ingenuos se encuentran con la realidad”, lo que además demuestra que Garshin está lejos del idealismo romántico y más bien se acerca a otros autores del siglo XX, como Kafka o Salinger. Así creemos que lo refleja Simon cuando se lanza a correr antes de su sacrificio: lo hace sin pensarlo, sin tener un plan, “sin saber por qué”, en lo que parece ser el epítome de una de las máximas más famosas de David Hume. Es una compasión que le nace, simplemente, la misma que se reconoce ausente en el mencionado Juan Bridelle y que va en contra de toda la cólera (aunque muy bien argumentada) que tiene el vecino Vassili. Este último, por lo demás, sufre una ruda decepción al enfrentarse a todo un aparataje estatal y una burocracia que bien podría ser precursora de Kafka. Y cuando mencionamos a este autor no sólo nos referimos a la burocracia característica de El Proceso, sino que también podemos encontrar similitudes simbólicas con La Muralla China. En el caso de La Señal, la muralla de Rusia es el inmenso ferrocarril. Siguiendo en este sentido, vemos otra reminiscencia al siglo XX en el sacrificio al que se arroja Simon, que se acerca a lo que el protagonista de El Guardián Entre el Centeno siempre quiso y nunca pudo encontrar, acaso por estar envuelto en otra clase de sistema. En la novela de Salinger, la analogía que da nombre a la obra tiene que ver con niños jugando ciegamente entre un campo de centeno que está al borde de un risco, y el protagonista expresa el deseo de querer dedicar su vida a salvarlos de caer. Pero en Garshin se da lo inverso que en Salinger: el campo no es figurado sino real, los símbolos se buscan en el valor de los hechos narrados, en lo profundamente metafórico de la sangre y la conmovedora inmolación. Simon logra, efectivamente, convertirse en aquel que salva a los demás a pesar de sí, una entrega impensable para alguien como El Héroe de Nuestro Tiempo y que recuerda más a la de Jesús en todas las religiones cristianas.


Y esto último no es casualidad si consideramos las muchas veces que se ha vinculado a Garshin con Cristo, y no solo por su aspecto y porque murió a la misma edad, sino también por el contenido de su obra: “los textos de Garshin, como el cuerpo de Cristo, terminaron representando un sacrificio íntegro”. Pocos cuentos grafican un sacrificio tan emotivo como La Señal. Quizá esta confluencia lo llevó a ser tan popularmente relacionado en vida con Jesús, como tan bien grafica Morson: “una figura de culto cuyas lecturas públicas provocaban extasiadas respuestas, el carismático Garshin se le grabó a una joven como «un perfecto modelo para un ícono de nuestro Salvador»”. Esto último, en una sociedad profundamente cristiana donde existe un exacerbado culto a los íconos religiosos ortodoxos, no debe ser subestimado; más aun considerando el sentido de trágica ironía que permea tanto la obra de Garshin como los relatos sobre la muerte de santos y mártires.


A veces, en los cuentos de Garshin estos sacrificios son inútiles (como en La Flor Roja), aunque igualmente la muerte es siempre simbólica. Pero este no es el caso de La Señal, pues Simon logra efectivamente evitar el descarrilamiento. Además, tiene una característica que grafica el espíritu de sacrificio que también permea a la mayoría de los otros cuentos de Garshin, y esta es que la muerte del mártir o el sufrimiento de los personajes no ocurriría si no fuera por el gobierno o el sistema en el que se desenvuelven los individuos, lo que hace que los más fuertes constantemente depreden a los más débiles. Un retrato similar nos lega Gogol, en quien también reconocemos un antecedente a la literatura de Garshin, y no solo por ser “el padre del realismo ruso”, sino por su interés en los problemas psicológicos de los personajes, como bien se retrata en El Abrigo, donde bien se critica al sistema estatal que mencionábamos: “no hay en Rusia una clase de gente más susceptible que la de los empleados de ministerio, de ejército y cancillerías, en suma: todos los que solemos designar con el nombre colectivo de burócratas”. En La Señal, Vassili es incluso golpeado por uno de estos burócratas, acto que detona su actitud extrema. Pero en realidad es Simon quien termina sufriendo las últimas consecuencias. Así, su muerte no se daría sin la burocracia que trastornó a Vassili, y sin el inmenso ferrocarril que tan representativo es del Imperio Ruso.


Esta crítica al sistema y la clase de muerte de Simon es la que también reconoce Ilya Repin, el más grande y uno de los más prolíficos pintores de Rusia en el siglo XIX, en la muerte de Garshin. Este pintor, que hizo retratos de reconocidos escritores como Gogol y Tolstoi, también quiso conocer y retratar a Garshin. Y no sólo eso, en una de las pinturas más famosas y características de Repin, Iván El Terrible y su hijo Iván el 16 de noviembre de 1581, es fácilmente reconocible el estudio del rostro de Garshin en la figura del príncipe muerto a los pies de su padre, el Zar. No es difícil reconocer la carga simbólica de este cuadro, cada vez que el Imperio Ruso o la Unión Soviética condenaba a su pueblo a sufrir por algún motivo de Estado, como ocurrió durante el emblemático Domingo Rojo o, más recientemente, en Chernóbil (lo que también tiene reminiscencias a La Muralla China).


Iván El Terrible y su hijo Iván el 16 de noviembre de 1581 (Ilya Repin, 1885)

Este enfurecimiento con el gobierno por la pérdida de un gran hombre no es inusual, como bien lo refleja el paralelo que reconocemos en la muerte de Pushkin con la de Garshin, y por ello no es de extrañar que se transforme en un tópico artístico. En efecto, Nélida declara que cuando Lérmontov, quien se convirtió en “el mejor poeta luego de la muerte de Pushkin” se enteró de dicho fallecimiento, “se enfureció y escribió un poema donde implicaba que en su muerte había complicidad de los altos círculos. Por eso fue enviado a servir en la guerra del Cáucaso”. De tal forma, no es de extrañarse que la profunda carga simbólica presente en la muerte de personajes como Simon, y que después fue reconocida en la muerte del mismo autor, causara un profundo interés en artistas e intelectuales tanto contemporáneos como posteriores. Es, de cierta forma, una capacidad para retratar una característica simbólica notable de un pueblo y de una época, desde una perspectiva profundamente empática y libre de ideales propios del romanticismo asociado a Pushkin y La Hija del Capitán. Eso sí, reconocemos en La Dama de Picas un antecedente al interés por los problemas que pueden traerle a los personajes sus predisposiciones psicológicas, como mencionábamos en relación con Gogol, y que se refleja en las motivaciones de Vassili en La Señal y el desarrollo de su mente, que a pesar de estar exaltada no está tan enajenada como para dejar de sentir culpa por sus acciones o compasión por el sacrificio de Simon. Estas predisposiciones psicológicas, que llevan a Vassili a su conducta desadaptativa, también las analiza famosamente Dostoyevski en El Jugador.


También resulta muy importante recalcar que, en cuanto a la empatía, al estilo de escritura y temáticas centradas en lo psicológico, se ha señalado que Garshin es un precursor de Chéjov: “Cualquiera que lea las historias de Garshin reconocerá que Chéjov capturó la excepcional sensibilidad que las configura”. Efectivamente, en La Flor Roja es donde se ve más claramente la influencia sobre Pabellón N°6, ambas historias ambientadas en pabellones psiquiátricos, y también reconocemos en Chéjov un estilo de escritura conciso y directo, donde el artificio o la forma intrincada no es lo predominante, retomando un realismo formal minimalista que mencionábamos en el caso de escritores franceses como Guy de Maupassant, y que también reconocemos en obras más contemporáneas a Garshin como Historia de un Caballo, de Tolstoi. Tanto Chéjov como Tolstoi y Garshin tienen una visión empática a la hora de retratar a los desposeídos y sus personajes suelen ser gente humilde sometida a situaciones particulares, en las cuales podemos ver cómo se desenvuelve su interioridad e incluso se ponen a prueba sus ideales o principios. En este sentido, resulta relevante el vínculo que establece Morson:


La empatía era el valor supremo de Chéjov, y sus historias suelen retratar el inútil deterioro y sufrimiento que resultan de la falta de capacidad de las personas para ponerse en el lugar del otro, pero las de Garshin parecen demostrar el peligro del exceso de compasión.


En ambos autores reconocemos una maestría en el cuento corto, siendo capaces de retratos profundos y narraciones llenas de temas filosóficos, morales y sentimentales en muy pocas páginas cargadas de emotividad. Ninguna palabra está de más y todo sirve a un propósito, en un estilo “sobrio y sincero” que parece recordarnos constantemente que “no hay nada más cruel que el hombre”, como refleja también Tolstoi en Historia de un Caballo y Vassili en La Señal: “Estos caníbales te están devorando. Te están extrayendo toda la fuerza vital, y cuando seas viejo, te desecharán tal como lo hacen con las cáscaras que les dan a sus cerdos. ¿Cuánto te pagan?”. Así, no extraña encontrar referencias como la que anota Shugg:


Junto a otros críticos, Ronald Hingley ha notado que Chéjov escribió “Un Colapso Nervioso” como tributo al fallecido cuentista Vsevolod Garshin, un hombre a quien admiraba mucho. Como el joven estudiante de leyes, Garshin mostró “preocupación por el sufrimiento de otros y… angustia ante no poder aliviar dichos sufrimientos”.


Consecuentemente debemos recalcar que señalar a Garshin como precursor de Chéjov es algo que debe ser visto a la luz de la importancia que tiene este último como cuentista en numerosos autores claves para el desarrollo del relato breve en el siglo XX y XXI. El escritor Richard Ford se ha referido a la influencia de Chéjov en la literatura posterior, al identificar “otros autores que han recibido una influencia directa de él: Sheerwood Anderson, Isaac Babel, Hemingway, Cheever, Welty, Carver”. Así, indicar a Chéjov como influyente para tan importantes cuentistas debiese ser suficiente para que nos interesemos por estudiar a los precursores o maestros literarios de Chéjov, como Garshin.


Pintura por Ilya Repin (1883)

Por último, nos parece pertinente señalar que Garshin no solo fue influyente en la posteridad, sino que, como bien señala Wessling, el público —no solo el público letrado, sino en general— lo adoró como objeto de un culto a la personalidad que lo convirtió en una verdadera celebridad, aunque es importante recordar que el autor también identifica a la lucha de Garshin contra su salud mental como factor que jugó un “rol central” para el desarrollo de su popularidad, pues reflejaba el interés de las masas educadas por las últimas teorías psiquiátricas sobre las afecciones mentales. En efecto, Wessling también señala que fue precisamente durante una crisis aguda de depresión que Garshin decide finalmente quitarse la vida el 24 de marzo de 1888. ¿Y acaso hoy en día no tenemos un interés similar por las tragedias que se sufren a diario a causa de las condiciones de salud mental que afectan a nuestra sociedad? Particularmente cuando perdemos a grandes artistas, o a gente muy querida. Por ello, creemos que el sufrimiento de Garshin no solo queda reflejado en su obra, sino que su fin trágico no hace difícil imaginar que, para él, su muerte debe haberse aproximado de forma similar a la de Simon: “Entonces una idea vino a su cabeza, literalmente como un rayo de luz”. Así, recibimos sus relatos como la sangre que usó el artista para empapar su pañuelo y ondear su bandera roja. Nosotros podemos leerla y averiguar si la muerte de él y sus personajes acaso nos conmueve o nos revela nuestra peor cara. O incluso ambas cosas, como le sucede a Vassili.


Por Tomás Veizaga




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