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Joni Mitchell & la evocación de espacios en Hejira (1976)

revistaelcoloso

 

Un elemento que valoro mucho de la música tiene que ver con el alto sentido de evocación de espacios. Sin duda, hay melodías, acordes, texturas, trucos de producción o tan solo metrajes de sonidos que te pueden llevar rápidamente a lugares no necesariamente tangibles. Una máxima: la música nos permite viajar estando inmóviles. Hejira (1976) es un trabajo increíble en ese sentido, cada canción es una parada en un trayecto emocional que invita al oyente a explorar los caminos de Mitchell en un período tumultuoso.



Viajar es correr una maratón de renuncias, tanto voluntarias como involuntarias. Un constante sopesar entre la exhaustividad de lo rutinario y la promesa de variedad: nuevos viejos paisajes, no lugares que se transforman en check points y efímeros puntos de confort. Pero no quiero hablar del turismo tal como lo conocemos, de ciudades transformadas en parques temáticos para los que buscan experiencias empaquetadas. Una cosa es ser turista y otra muy distinta es ser viajero. Quiero centrarme en lo último, para hablar sobre la figura viajera de Joni Mitchell en Hejira, un álbum que funciona tanto como un diario personal como una reflexión sobre el movimiento constante.


 

Su concepción fue precedida por dos episodios de agotamiento y frustración en la vida de Mitchell. El primero fue su participación en el tour Rolling Thunder de Bob Dylan, un evento que coincidió con el punto álgido de su adicción a la cocaína. En entrevistas posteriores, la cantautora reveló que el pago por sus presentaciones consistió en cocaína en lugar de efectivo, simbolizando el caos de ese periodo específico de su vida.


Joni Mitchell junto a Bob Dylan
Joni Mitchell junto a Bob Dylan

El segundo fue un intento fallido de realizar una gira para promocionar The Hissing of Summer Lawns (1975). Su relación con John Guerin, baterista de su banda y pareja en ese momento, terminó abruptamente, lo que llevó a la cancelación del tour. Este colapso emocional y profesional marcó el punto de partida para un cambio más profundo en la vida de Mitchell: el viaje físico y espiritual que terminó siendo Hejira.


 

Acompañada por dos cómplices, un ex australiano y un futuro amante de la cantautora, Mitchell emprendió una travesía desde California hasta Florida, cruzando el Golfo de México. Moteles polvorientos de los cincuenta, cenas en restaurantes modestos y los aullidos de coyotes en la distancia caracterizaron esta escapada. Sin embargo, el viaje no era solo una cuestión de geografía; era una búsqueda de claridad y propósito.


El grupo se separó en algún punto del trayecto y Joni decidió viajar sola para regresar a California. Hizo una escala donde Chögyam Trungpa, profesor budista de meditación que le ayudó a dejar la cocaína mediante técnicas de respiración, un cambio que marcó su vida de manera definitiva. “Él me preguntó, ‘¿Crees en Dios?’ y le dije que sí, aquí está mi dios y mi rezo, saqué la cocaína y me mandé una línea delante de él. Fui muy grosero en presencia de un guía espiritual”, confesó Mitchell en una entrevista para Readers Digest. Libre de su adicción, Mitchell comenzó a trabajar en las canciones que visualizaba mientras contemplaba el panorama de su parabrisas.


Inspirada por la atmósfera onírica de In a Silent Way (1969) de Miles Davis, y la naturaleza libre del jazz, Mitchell permitió que su guitarra alcanzara una expresividad más líquida y etérea. El uso prominente del pedal de chorus, con su capacidad para suavizar y extender las notas, se volvió esencial para moldear el diseño sonoro del álbum. Este efecto, que añade una sensación de flujo constante, dota a Hejira del movimiento necesario y de un carácter que se mueve entre lo vanguardista y lo rutinario del rasgueo folk.


El bajo sin trastes de Jaco Pastorius en canciones como Black Crow agrega un carácter al álbum que desafía las convenciones del folk oscilando entre lo astral y lo pastoral. Este enfoque conecta estéticamente con el minimalismo atmosférico y las producciones cristalinas del jazz de ese tiempo. Obras como The Colours of Chloë (1974), con sus bajos resonantes y tonos soñadores, comparten sensibilidad con Hejira.


I'm traveling in some vehicle

I'm sitting in some cafe

A defector from the petty wars

Until love sucks me back that way



Mitchell adoptó un aura de misterio, protegiéndose del peso de su propia fama jugando el escondite en su viaje. Se registraba en moteles bajo nombres falsos como Charlene Latimer y completaba su personificación usando una peluca. Esto le permitía caminar como una mujer anónima, desprendida momentáneamente de su yo estrella. Ganó autonomía y sintió placer en un avatar despersonificante que le permitía desenvolverse con seguridad. Sin embargo, su distintiva presencia lograba que los empleados la reconocieran, devolviéndole de golpe a la realidad de su identidad y su renombre público. Este contraste entre su deseo de anonimato y la imposibilidad de ocultarse por completo simboliza la tensión existencial que carga la artista a lo largo del álbum.


Hejira no te habla sobre desplazarse de un punto A a un punto B, es un canal para navegar las emociones propias de la artista junto al mundo interno de personajes literales y simbólicos que surgen en el camino como su partner de viaje, el cantante de blues Furry Lewis y la urgencia de identificarse con la aviadora Amelia Earhart o con los cuervos, simbolizando así el espíritu aventurero junto a una eterna búsqueda de sentido.


Cuando el viaje concluyó, Joni Mitchell no sólo dejó atrás su espiral autodestructiva; había disuelto su ego momentáneamente para encontrar una nueva forma de relacionarse con su música y consigo misma. Hejira es el testimonio de ese proceso, un álbum impregnado de simbolismo, improvisación y una madurez artística que celebra la independencia, la introspección y la capacidad de encontrar belleza en lo incierto.


Por Joaquín Martínez



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