PAREDES
Estábamos en una casa de muchas habitaciones. Algo me dijiste; pero, cuando volteé para
responderte, ya no estabas. Te llamé, y escuché tu respuesta a través de los muros. Pasé a la pieza contigua, de donde pensé que venía tu voz, pero terminé alejándome...
Te busqué por todas partes. Por todas partes.
A veces, aún te escucho en algún lugar de esta inmensa casa; pero ya no me atrevo a moverme, pues cada vez que intenté acercarme, terminé escuchando tu voz más lejana. Me acurruqué en un rincón de esta pieza, que tal vez sea igual a aquella en la cual estás tú, y me tapé con una frazada. Algunas noches, entre los crujidos de la madera vieja, creo oírte mencionar mi nombre, y lucho contra la tentación de volver a buscarte: puede ser que en la habitación siguiente ya no te oiga.
EL SEÑOR DE LAS TORMENTAS
Me alcé sobre los aires y miré las calles inmundas.
Nublé el cielo, no se merecen la luz. Les tiré un aguacero encima, es hora de limpiar un poco. Para despertarlos, les azoté las ventanas con ráfagas de gritos y hojas secas. El granizo les abolló el enjambre de autos. En el Sur, boté un puente, y en el Norte, hice desaparecer una calle completa bajo el mar, rompí una represa y rellené una laguna.
Desde el interior de las casas, vi las luces de las personas: grababan lo que pasaba afuera, con sus celulares. Comprendí que lo estaban disfrutando, y compartiendo en sus redes sociales. Bajé los brazos. Despejé el cielo y descendí para buscar mi hogar, pero todo había cambiado. Sin poder aterrizar, empecé un vagabundeo eterno.
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