Esta carta se la envío a causa de los conejitos y porque me gusta escribir cartas, y tal vez porque llueve.
Julio Cortázar. Cartas a una señorita en París.
Algunos sostienen que el narrador de "Cartas a una señorita en París" refleja el estado de salud que atravesaba Cortázar en aquellos años en Argentina. Jesús Rodríguez señala que «se puede pensar que el vómito es un síntoma del delicado estado de salud del autor, que se produce en el cuento a través de los conejitos, pero que reflejaba el estado nauseabundo en la vida real de Cortázar». Sin embargo, no podemos afirmar esto con certeza. Como señala Barthes: «en las sociedades etnográficas, el relato jamás ha estado a cargo de una persona, sino de un mediador, chamán o recitador, del que se puede, en rigor, admirar la ‘performance’, pero nunca el genio». En otras palabras, quien habla «es el lenguaje, y no el autor». Por lo tanto, nos limitaremos a analizar al protagonista del cuento, quien también exhibe una perspectiva existencialista del mundo.
Rodríguez sostiene que, al igual que los filósofos existencialistas —y el propio Cortázar—, el narrador- protagonista se siente responsable del caos en la casa de Andrée. Esta sensación de responsabilidad, sumada a su incapacidad para controlar a los conejitos y a sí mismo, lo sumerge en una angustia vital que culmina en el suicidio.
Albert Camus plantea el suicidio como un problema filosófico y, a la vez, como una solución al absurdo, junto con "el suicidio filosófico" (la fe religiosa) y la aceptación del sinsentido. Para Camus, esta última es la verdadera respuesta frente al absurdo; sin embargo, no es la salida elegida por el narrador del cuento. Camus formula la pregunta: si la vida carece de sentido, entonces, ¿vale la pena vivirla? Su respuesta se encuentra en imaginar a Sísifo feliz. Pero Barthes se opone: «No, Sísifo no es feliz: está alienado, no por la vanidad de su trabajo, sino por su repetición». El narrador del cuento de Cortázar también está atrapado en la repetición y no es feliz. Incluso el acto de vomitar conejitos se convierte en una rutina: «Cuando siento que voy a vomitar un conejito, me pongo dos dedos en la boca, como una pinza abierta. Todo es veloz y transcurre en un brevísimo instante». Más adelante, escribe a Andrée: «No sé cómo resisto, Andrée».
Los conejitos representan la idea suicida del narrador y contrastan con la imagen ordenada del departamento al inicio de la carta:
«Me es amargo entrar en un ámbito donde alguien que vive bellamente lo ha dispuesto como una reiteración visible de su alma, aquí los libros (de un lado en español, del otro en francés e inglés), allí los almohadones verdes, en este preciso sitio de la mesita el cenicero de cristal que parece el corte de una pompa de jabón, y siempre un perfume».
El narrador describe el orden de la casa como una «reiteración visible» del alma de Andrée, pero los conejitos terminan destruyendo este espacio, como si buscaran borrar su esencia:
«Basta ya, he escrito esto porque me importa probarle que no fui tan culpable en el destrozo insalvable de su casa (…) Rompieron las cortinas, las telas de los sillones, llenaron de pelos la alfombra».
Al final de la carta, el protagonista se desploma emocionalmente y comienza a cuestionar su existencia. Esto se evidencia en su incapacidad para seguir escribiendo y su fracaso en mantener todo bajo control.
¿La literatura necesita contar historias creíbles? Ignacio Álvarez ofrece una respuesta que resulta esclarecedora: no. Según él, no es necesario —ni deseable, al menos en todos los casos— que la literatura dependa de la verosimilitud, como lo planteaba Aristóteles. Álvarez dice que «seguir tratando de decir la verdad parece un camino cerrado: todo se vuelve o se volverá una ficción», escribe en su ensayo Qué será de la ficción en el siglo XXI. Álvarez añade: «Ojalá las nuevas narraciones se vayan al otro extremo y radicalicen su apuesta por la ficción. Ojalá cuenten historias inequívocamente falsas, inverosímiles, escritas muy lejos del yo y de nuestra experiencia reconocible, novelas que nos corten el hábito de la cercanía y el testimonio».
Esto contrasta con el caso de Emmanuel Carrère, quien en su libro "Yoga" narró su experiencia con la depresión, el electroshock y el divorcio. Este último implicó la imposibilidad de escribir sobre su exesposa, lo que lo llevó a suprimir partes de su matrimonio en obras posteriores. Mientras que Carrère defiende no mentir en sus libros, Álvarez elogia a quienes se atreven a imaginar lo nunca visto o sucedido. Según él, son valientes quienes «tienen el arrojo de imaginar lo que nunca ha sucedido, lo que todavía no existe».
Hace setenta años, Cortázar se atrevió a explorar la desesperación, la angustia y el dolor a través de lo fantástico, situando su relato en un mundo irreal. A través de símbolos y signos, como números y colores, representó tanto la perfección como el sufrimiento y la muerte. Su literatura, lejos de la realidad inmediata, indaga en las profundidades de la psique de sus personajes, creando una obra que trasciende la necesidad de verosimilitud.
Por Matías Saá Leal
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