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Deftones: Gritar en el vacío

  • Foto del escritor: revistaelcoloso
    revistaelcoloso
  • hace 60 minutos
  • 2 Min. de lectura

 

Suelo hacer cosas que me provocan daño, y escuchar a Deftones es una de ellas. Una de las tantas.

Vivimos en un mundo plagado de artificios, máscaras y pomposidades; algo que no sólo está presente en el mundo del arte, sino que, también, en la vida diaria: desde el hipócrita que saluda de mala gana para conseguir algo a cambio, y que lo deja de hacer luego de conseguirlo, hasta los oficinistas que se reúnen después del trabajo a charlar acerca de vehículos, trajes de diseñador y cuestiones carentes de cualquier sustancia realmente valiosa. Y mientras algunas bandas requieren de pintura, trajes exuberantes y una propuesta escénica que se sustenta únicamente en la imagen, y que no es más que una forma de esconder una profunda falta de autenticidad, todo con tal de llamar la atención de la gente, los medios y las cámaras, los originarios de Sacramento, liderados por el enigmático e inalcanzable Chino Moreno, no necesitan nada de lo antes mencionado: su música habla por sí sola. No hay grupo musical que me provoque más terror que Deftones; y lo peor, lo realmente peligroso e inentendible, es que siempre vuelvo a ellos cuando peor la estoy pasando. Podría, quizá, detenerme a hacer un examen acerca de este fenómeno, y citar a filósofos como Jean-Paul Sartre o Søren Kierkegaard; pero aquello sería volver al punto anterior: hablar desde lo que se ha leído, y no desde la experiencia. Lo más bello del iceberg no es la cúspide, sino lo que hay debajo de él.


Mi primer acercamiento a la discografía de Deftones fue a los 18 años. Estaba, como de costumbre, en medio de una fiesta con unos amigos, día de semana, probablemente; esos rostros ahora me parecen tan ajenos, distantes y perdidos en el tiempo, que ni siquiera sé si alguna vez fueron reales; y, aunque me provoque cierto pudor admitirlo, no recuerdo a cabalidad lo que sucedió porque era la primera vez que probaba ciertas sustancias. Lo que sí tengo claro es que, de un momento a otro, me perdí a mí mismo, y es que no podía encontrar mi reflejo en el espejo, ni en ningún otro lugar, y sólo atiné a gritar, una y otra vez; pero nadie me oyó: estaba perdido en el espacio vacío. El parlante reproducía a todo volumen la canción Digital Bath del álbum White Pony (2000). Tanto esta como todas las canciones de Deftones te ahogan en una multiplicidad de samples, susurros, gritos y guitarras distorsionadas, y que, a medida que avanzan, te van mostrando, a modo de experimento o delirio, cómo funciona la vida: una línea que sube, baja, y vuelve a subir, y vuelve a bajar, tal y como sucede con las señales que emite un monitor cardíaco. De ahí en adelante no dejé de oírlos; aunque, y esta es la razón por la que redacto este escrito, siempre desde la vereda de la admiración, y, por qué no, también desde el respeto: el mismo respeto que se le puede tener al mar; pues, después de todo, sabes que, a pesar de que te guste sumergirte en sus olas, te puede arrastrar hacia lo más profundo de su oscuridad.


Por Javier Ignacio Lux




 
 
 

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