Los vidrios se agrietaban y estallaban. Campanillas de bomberos. Sirenas. Bocinas. Locura
«Es posible que se cuente algún día, aunque creo que a él no le gustaría que yo la contase aquí. Permítaseme decir, sin embargo, que en su forma de escribir y en su forma de vivir se dan las mismas constantes: fuerza, bondad y comprensión. Es todo. A partir de este momento, el libro pertenece al lector»
Charles Bukowski
Abrir un libro es, de cierto modo, como limpiarse un ojo después de haber pasado por una tormenta de arena: nos hace abrir la conciencia como si de una magnolia se tratara. Así mismo, hay un montón de autores/as, y, por qué no, también poetas, cuya prosa parece estar plagada de polvo, hojas y acertijos; autores/as que nos obligan a releer algunas páginas, y es que cada lectura nos lleva a una conclusión distinta. Este es el caso de John Fante (1909-1983).
La primera edición de "Pregúntale al polvo" se lanzó en 1939. Al principio, y como suele suceder con la mayoría de los libros, no le fue bien, al menos no en términos de venta. Este fue el segundo libro (dentro de una serie de cuatro novelas) del escritor nacido en Los Ángeles, California. Y es, hasta la fecha, el más popular e influyente.
Esta es una novela semiautobiográfica ambientada en los años de la Gran Depresión. La historia gira en torno a Arturo Bandini (alter ego de Fante), un errante escritor que vive en un hotel de Bunker Hill, y cuya vida parece ir en picada. Aquí nos encontramos frente a un fiel retrato de la sociedad norteamericana de la primera mitad del siglo XX: la decadencia, la pobreza, el fracaso, el alcoholismo, y la mentira del Sueño Americano son algunos de los temas que se tratan a lo largo de estas páginas. La prosa de Fante es fluida, directa, cruda, y, sin embargo, se da el tiempo de explorar una narrativa más compleja, libre e innovadora, muy cercana, quizás, a la prosa fluida de Jack Kerouac o William Burroughs. «Adiós, adiós, quédate los ocho pavos, cómprate algo bonito, adiós, adiós, bajando las escaleras a toda velocidad, huyendo, sumergiéndome en la niebla acogedora de la calle, quédate los ocho pavos, oh dulce niebla, te he visto y hacia ti corro, oh aire puro, oh mundo maravilloso, hacia ti voy, adiós, gritando por las escaleras, volveremos a vernos, quédate los ocho dólares y cómprate algo que te guste. Ocho dólares que me hacen llorar sangre, Jesús, acaba conmigo, dame la muerte y envía a casa mi cadáver, dame la muerte, hazme morir como un pagano idiota que no cuenta con sacerdote alguno para absolverle, ni con la extremaunción, ocho dólares, ocho dólares...»
John Fante inspiró a muchos de los escritores norteamericanos más leídos de nuestra época: Charles Bukowski, Raymond Carver, John Cheever, etcétera. No sé si vale la pena mencionar el hecho de que murió de manera lenta, trágica, ciego y sin piernas a causa de una grave diabetes, y si bien logró algo de éxito en sus últimos años de vida, nunca fue valorado como merecía, pero ¿alguna vez la literatura se ha cimentado en merecimientos?
Por Javier Ignacio Lux
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