La vida, por lo general, es jodidamente monótona. Yo, que a los 26 años (que ya parecen una eternidad) he dejado de lado muchas cosas por seguir el «Sueño Americano» de la literatura (con más fracasos que victorias), lo he vivido en carne propia, me he sentido como un perro, y tú, probablemente, también; quizás no hoy, pero sí mañana, y pasará en más de una ocasión, te lo aseguro, ¿qué hacer entonces? Ni idea. Tal vez la única salida es la lectura, y es que esta nos permite conocer otras voces, voces que nos hacen sentir representados, expuestos, como si estuviesen escribiendo nuestra propia historia. Así me sentí al leer la primera página de «Cartero» de Charles Bukowski.
El argumento de la novela es simple: un hombre que describe los doce años en que estuvo empleado en una sórdida oficina de correos de Los Ángeles. Ese hombre es Henry Chinaski (alter ego de Bukowski), un bebedor incorregible, vulgar, incorrecto, lleno de rabia, violencia, y que, al mismo tiempo, nos regala suaves notas de ternura y dolor. «(...) Y allí estaba yo, con mareos y dolores en los brazos, cuello, pecho, en todas partes. Dormía todo el día para descansar del trabajo. Los fines de semana tenía que beber para olvidarlo. Había entrado pesando 92 kilos. Ahora pesaba 110. Todo el ejercicio que hacías era mover tu brazo derecho». Henry Chinaski es un personaje real, cotidiano, y, sobre todo, honesto. Es carne cruda. Es la representación de la vida de muchas otras personas.
El estilo narrativo de Bukowski es más que conocido: minimalista, directo, fluido y espontáneo. Aquí, y como sucede en la mayoría de sus libros, traza un retrato de la sociedad norteamericana de aquella época, y, más precisamente, de aquella ciudad incendiada: Los Ángeles, allí donde cohabitan los alcohólicos, los locos, los marginados, los perdedores, los cientos, miles, millones de hombres y mujeres que, por alguna u otra razón, todavía no se pegan un tiro en la cabeza, y es que, después de todo, hay algo de esperanza, algo de luz entre tanto naufragio: «Yo abrí la puerta; dije adiós, puse la radio, encontré media pinta de escocés, me la bebí, riéndome, sintiéndome bien, relajado finalmente, libre, quemándome los dedos con apuradas colillas de cigarrillos, hasta que finalmente me fui a la cama, llegué hasta el borde, me tiré, caí, caí sobre el colchón, dormí, dormí, dormí...» Esta novela llevó a Bukowski a la fama, el éxito, el dinero; pero, a diferencia de muchos otros escritores, esto llegó a una edad tardía. Quizás a la edad correcta.
Dormir. Leer. Tener sexo. Comer. Trabajar 10 horas al día. Repetir todo esto por el resto de tu vida. ¿Vale la pena? Quien sabe. Hay personas a las que les basta con sentir el tibio peso del aire en los pulmones.
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