Alejandra Pizarnik pertenece a ese reducido grupo de escritores/as latinoamericanos que, por alguna u otra razón, han sido motivo de múltiples reediciones, lo que no ha hecho más que acrecentar la figura, o mito, de la «poeta suicida», así como ha sucedido, y extrapolándolo a la literatura de habla inglesa, con escritoras como Sylvia Plath, Anne Sexton y Elizabeth Bishop.
El libro abarca de 1960 a 1964; período en el que la escritora argentina se instala a vivir en París (centro turístico de intelectuales, artistas y escritores de Latinoamérica), y en donde, y como si de una historia de amor entre dos lejanos amantes se tratara, comienza una relación epistolar con su antiguo psicoanalista, el doctor León Ostrov (1909-1986). El libro contiene veintiún cartas, o poemas escritos en tono de correspondencia, que son las que se han conservado hasta la fecha, y que la editorial Eduvim publicó hace unos años.
Aquí vemos a una mujer (más allá de la figura de escritora) sin máscaras ni armaduras de acero, y es que Pizarnik veía al doctor como un padre con el que podía hablar acerca de sus
angustias, inseguridades y traumas (resalta la relación entre ella y su madre), y también de temas como la sexualidad o el oficio literario. Su prosa es descarnada, auténtica, y esto se hace notar a lo largo de todo el libro, el cual, y dependiendo del formato, no supera las 70 páginas (contando tanto la introducción como la nota que dejó León Ostrov). Este es territorio de pesadillas, contradicciones de la razón, y, también, de pasiones ocultas (o reveladoras) que dan un paso más allá de la obra poética de nuestra protagonista, y que se mimetizan con nuestros propios demonios.
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