Los poetas están malditos, pero no están ciegos; ven con los ojos de los ángeles
William Carlos William
La primera vez que leí «Aullido» -hace unos cuatro o cinco años- estaba, por decirlo de alguna manera, arriba de la pelota, en todo sentido de la palabra. Pero, no sólo era una cuestión física y mental (aún siento los calambres eléctricos de la resaca), sino que era más bien un estado de éxtasis absoluto, una cuestión mística: mi alma vibraba como una partícula subatómica. Por eso, quizás, quedé tan sobreexcitado luego de leer los primeros versos: «He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, histéricos famélicos muertos de hambre arrastrándose por las calles, negros al amanecer buscando una dosis furiosa, cabezas de ángel abrasadas por la antigua conexión celestial al dínamo estrellado de la maquinaria de la noche...» No supe qué pensar. Quedé con la mente en blanco, en un estado neutro, vacío, lleno, todo al mismo tiempo. ¿Esto es lo que produce la buena literatura? Y lo reconozco: Aullido hizo que me cagara de miedo, y es que, después de todo, aspiro a una vida que quizá nunca encontraré: la del perro que sigue el hueso sin mirar atrás, la del hombre-mujer-humano que se deja llevar por la corriente, aunque esta, en su perversidad, lo ahogue.
Aullido fue publicado en 1956 e, inmediatamente, provocó el repudio por parte de la población norteamericana más conservadora de la época: religiosos, académicos, escritores puristas, burgueses y, sobre todo, por la heteronorma. El encargado de la publicación, edición y difusión del poema fue Lawrence Ferlinghetti (editorial City Lights), quien, más tarde, fue acusado de promover una literatura de carácter obsceno. Me gusta mucho la introducción que William Carlos Williams, íntimo amigo de Ginsberg, hizo al respecto: «Los poetas están malditos, pero no están ciegos; ven con los ojos de los ángeles».
La estructura del poema es caótica, violenta e infernal, como un Ferrari que avanza a 180 k/h en medio de una oscura carretera al final del mundo: no hay espacio, ni tiempo, no hay nada más que sensaciones e imágenes. Todo en lo que radica la poesía. Y, sin embargo, también hay lucidez, hay un ideal político en cada uno de estos versos: «Quienes se quemaron sus brazos con cigarros encendidos protestando contra la bruma narcótica del tabaco del Capitalismo». Este poema es, junto a la novela En El Camino de Jack Kerouac, y El Almuerzo Desnudo de William Burroughs, el punto culmine de la llamada Generación Beat, y es, también, una demostración de la esencia de la corriente de la conciencia, esa misma forma de escribir que usaron escritores como el ya mencionado Jack Kerouac, James Joyce, Virginia Woolf, William Burroughs (este último, a decir verdad, nunca estuvo de acuerdo con tal etiqueta); pero Ginsberg, reconocido consumidor de drogas alucinógenas (algo que se hizo aún más evidente en su poema titulado Kaddish), llevó esta técnica a otro nivel, influyendo en un montón de artista de renombre: Patti Smith, Lawrence Ferlinghetti, y Anne Waldman. Bob Dylan dijo al respecto: «Ginsberg es al mismo tiempo trágico y dinámico, un genio lírico, un embaucador maravilloso y probablemente la voz poética más extraordinariamente influyente en Estados Unidos desde Whitman». Todo esto se puede analizar con más profundidad gracias a las entrevistas que el autor dio a lo largo de su vida, lo cual, además, dejó una huella imborrable en la cultura pop estadounidense, algo que derivó en una serie de referencias al poema, al autor y a toda esta generación de escritores, y que se puede apreciar en películas como Howl (2010) y Kill Your Darlings (2013). Este material lo podemos encontrar en el Ginsberg Esencial (Anagrama, 2018).
Dato curioso: en 1960, cuatro años después de la publicación de Aullido, Ginsberg, quien ya había alcanzado un gran reconocimiento, fue invitado a participar de un encuentro literario organizado en Concepción, Chile, y que fue dirigido por los poetas Gonzalo Rojas y Nicanor Parra -ambos ganadores del premio Cervantes. Allí conoció a Stella Diaz Varín -una de las figuras underground-poéticas más importantes del país- con quien estableció cierta amistad.
Por Javier Ignacio Lux
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