Fue hace unos meses atrás que vi Aftersun. Recuerdo el día en que me senté en la sala de cine: no sabía mucho acerca de la trama; además, claro está, de la información que se promocionaba exhaustivamente en todas mis redes. Así que, llamado por esta publicidad de toques algo nostálgicos, solemnes, y sutiles, me adentré en algo que, a primera vista, iba a ser un drama cotidiano con momentos y espacios silenciosos, y, quizá por ese entonces, no estaba tan alejado respecto a lo que pensé, pero sí un poco a lo que dejó en mí.
Me acomodé en la butaca, al lado de mi cita, y esperé a ver que sucedía; no con ella, sino con lo que me iba a mostrar la pantalla –en ese momento me di cuenta de que no era una buena primera cita. Mi primera impresión fue, simplemente, la de un relato vacacional entre una hija y su padre, algo evidente, pues era lo que esperaba, al menos según la invasiva publicidad de estos últimos días. Sin embargo, esa tarde me sentía más reflexivo y un poco más sensible de lo normal; mi atención, considerándome alguien distraído y bueno para divagar, era intensa. Me perdí en un riachuelo de tonalidades areniscas, de azules frágiles y transparentes, de gente orbitando en parapentes casi caídos y pelotas de playa en piscinas vacías que, a veces, estaban llenas; me uní a esas imágenes –o fotografías– sutiles y desparramadas, perdidas entre guijarros y piedras que fluían en pos del arrastre de un riachuelo –tal vez– nacido de un humedal que, posteriormente, se uniría al océano. Claramente, hablo desde mi experiencia más personal, pero en este ensimismamiento y concentración, es innegable lo que capté, lo que quizá nos quería transmitir la directora: una historia que se construye en base a pequeños e íntimos diálogos entre un padre y su hija, y que, a su vez, se complementan con una nítida propuesta visual, para decirnos lo que puede suceder en algunas de las dinámicas familiares más cotidianas.
Aftersun nos relata el pesar que muchos de nosotros, probablemente, hemos tenido. Un pesar que se esconde en forma de pensamientos intrusivos, en esos que son flashbacks de una posibilidad desperdiciada, o malamente acabada, que quisiéramos rebobinar y rehacerla con ese aprendizaje, lo que nos hace pensar: ¿Es demasiado tarde? Así son las cosas en Aftersun, y que de alguna u otra manera, ya en un tiempo distante a los hechos puntuales de la película, la hija –ya adulta– también sufre en ese rebobinar, en un acto maniaco con la cinta que quedaría grabada por ella en esas últimas vacaciones con su padre. Así, intentando rescatar de esas imágenes la inocencia con que miraba el padecer de uno de sus pilares fundamentales, que ahora, en un acto tortuoso del replay, la candidez irrecuperable va perdiéndose con la culpa, el anhelo y la invasión intermitente de esos pensamientos huidizos que se traducen en espacios oscuros. Algo materialmente irrecuperable en los pensamientos de nuestra protagonista.
Aftersun, además, es una película que intenta insistentemente poner en la mesa de nuestra contemporaneidad lo que es vivir una vida bajo presiones, bajo premisas de una velocidad que no nos deja descansar, del sacrificio que es vivir en un mundo en el que hay que resistir cada semana aun sabiéndose frágil, para así, de alguna manera, mostrarse inmutable frente a quienes te aman y te seguirán amando hasta quizá el fin de sus días.
Es así como, en las escenas finales, se introduce la icónica canción Under pressure (Queen & David Bowie, 1981): la misma que nos habla de una presión incesante y omnipresente en nuestras vidas, aquella que se escabulle en nuestros pensamientos de los días, las semanas y los meses, y que nos vuelve parte del yugo de su ritmo, al punto de olvidar muchas veces lo que es o fue el descanso que depositamos en nuestras pasiones –a modo de recreación y desahogo– que en algún momento de nuestra existencia nos mantuvieron plenos y casi felices.
Fue así que presencié, pensé y reproduje esta película en mi mente; cuando salí de ese mar vacacional, me di cuenta de que la sal propia de las riberas en que nos podríamos haber bañado (al igual que los protagonistas), estaban en mis labios, en mis mejillas y opacando mi visión hacia esas miradas perdidas de algunos espectadores anonadados.
Con mi cita, no tuvimos mucho que decir. Así que salimos a la Alameda y caminamos al metro en una conversación más o menos trivial y, en ocasiones, algo más íntima.
Por A.S Parra
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Título: Aftersun
Dirección: Charlotte Wells
Año: 2022
Premios destacados: French Touch Prize del Jurado (Festival de cine de Cannes)
Mejor película británica independiente (British Independent Film Awards)
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